Durante años, décadas y siglos la escuela apenas había evolucionado. El maestro era el que poseía el conocimiento que vertía en sus alumnos y estos aprendían de una forma memorísticas los contenidos. Para ello utilizaba, su palabra, la tiza y la pizarra, a la que se sumaban algunos recursos didácticos como la esfera o el esqueleto. Como libro de texto se contaba en el mejor de los casos con una cartilla o la enciclopedia de primer o segundo grado, y pare usted de contar. Las clases se impartían en horario de mañana y tarde. Antonio Machado lo recuerda en su poema:
RECUERDO INFANTIL
Una tarde parda y fría
de invierno. Los colegiales
estudian. Monotonía
de lluvia tras los cristales.
Es la clase. En un cartel
se representa a Caín
fugitivo, y muerto Abel,
junto a una mancha carmín.
Con timbre sonoro y hueco
truena el maestro, un anciano
mal vestido, enjuto y seco,
que lleva un libro en la mano.
Y todo un coro infantil
va cantando la lección:
“mil veces ciento, cien mil,
mil veces mil, un millón”
Una tarde parda y fría
de invierno. Los colegiales
estudian. Monotonía
de la lluvia en los cristales.